A DOLCE PORTUGUESA

 

Como festividad del día de hoy, me atrevo a mostraros una casa que tenía guardada como un tesoro.

 


 

¿Sabéis los que sois exploradores cuando vais a un check y acabáis llevando una decepción y justo al lado encontráis algo fascinante? Es el caso de esta casa tan peculiar. 

La llamé dolce portuguesa porque nada más cruzar el portal que te separa de ella, se extiende una sensación por tu cuerpo bastante agradable. Lo comprobaréis según os vaya mostrando las fotografías. 

No esperábamos encontrar nada realmente. Siendo realistas íbamos con el fracaso en mente buscando un lugar donde parar a comer y vaya si lo encontramos. 

Paramos en un lugar donde se vendía comida para llevar, al ser domingo no había muchos lugares que elegir, se me antojó una hamburguesa francesinha porque mentiría si no dijese que me fascina este plato, aunque desgraciadamente en pocos puntos concretos de Portugal disfruto tanto de su sabor. Soy un poco meticulosa. 

Bueno, sonaba mejor en mi mente que en la realidad. Me sirvieron un táper de papel reciclado malísimo, míticos cuando te llevas comida a casa y la salsa era tan abundante que se empezó a desparramar por fuera del envase. Teníamos que parar si o sí, o el coche acabaría siendo una piscina de francesinha.

Al parar de urgencia, dimos con esta casa, muy cercana a la ubicación lamentable que anteriormente habíamos pisado.

Un naranjo en la entrada nos saludó con sus polas y la puerta abierta se dejó ver al poco tiempo. 

Un pequeño aseo en un estado de desuso deplorable nos dio la bienvenida a la casa.

 



 

Después vimos un cabecero que parecía sacado de la realeza junto a un techo no muy estable y un olor nauseabundo a bicho muerto. La Virgen María nos saludaba desde un cuadro que pendía de un hilo y la cama principal parecía darnos la cálida bienvenida a la vivienda después de tanto tiempo sin ser transitada.


Voy a mostraros la imagen que vi a continuación porque a pesar del olor, era fascinante.

 




Continuamos con una visual rápida por el salón y menuda sorpresa la lámpara, era antigua y preciosa con un montón de cristales que adornaban y daban el toque elegante a la humilde sala. 

Todo parecía dejado a la perfección para que un futuro explorador viese la casa. Era fascinante. 

 




 








Aquellas cortinas blancas y los sillones amarillos por el polvo te dejaban sin aliento.

Continuamos por la cocina, donde las zarzas y el pequeño mueble a punto de caer cubrían la escena de recuerdos antaños de su último uso. Todo indicaba que la casa pertenecía a una familia joven y feliz, por los muebles, los elementos decorativos que ibas encontrando y sobre todo, la sensación tan dolce que trasmitía la casa. Perdón, no dejo de decir esa palabra.

 









Y justo en la habitación de al lado podíamos ver una cocina antigua que recordaba mucho a las entrañables cociñas de ferro gallegas. Ese aspecto lúgubre y oscuro de las paredes con las toallas y trapos aún colgados y las potas apiladas sobre la mesa. No podía describirlo con palabras, era una absoluta locura.

 













 Justo la habitación de enfrente estaba entre medio derruida y medio quemada. No sabría deciros muy bien, tenía un aspecto horrible. Esa casa se sentía como la parte buena de una persona y la parte mala. Donde según avanzabas te ibas enamorando de la bondad, de la belleza, de lo rico y elegante y después ibas descubriendo el lado oscuro, malvado y deplorable. 

 

La línea fina entre el odio y el amor. Esa casa lo definía. Un cáncer de amor.

No me creía que los dueños hubieran dejado la casa porque sí. Creo que se amaban tanto que acabaron haciéndose daño y por eso, decidieron tomar caminos separados. Dejando aquella vida de lujos y felicidad. Repleta de corazones y bidones de agua a rebosar.







El cuadro de Jesús representaba la esperanza de que aquella pareja se volviese a reencontrar. Entre la negrura, opaca entre la pared, sin apenas ser visible. 

Me encantaba.

 

Continuamos viendo el resto de habitaciones, una que parecía una especie de guardarropa y la siguiente que era una habitación como de una niña. Creo que en femenino porque tenía un espejo de maquillaje sobre la mesa del escritorio.

 



Parecía un guardarropa aunque aquella bola de nieve que había sobre el aparador me resultó muy curiosa. Apenas se podía ver lo que guardaba su interior, parecía una rosa roja. La del Principito y contenía aún todos sus pétalos. Era una escena digna de película. 

Mientras el aspecto de la casa se volvía turbio, te encontrabas otros elementos que volvían a llevarte a la sensación dolce y no te dejaban dejar de apreciar la belleza y los momentos felices de esa casa. 

Resultaba tóxico. Un mar de sentimientos que es difícil de expresar con palabras pero no con fotos. 




Y aquí está la habitación de la niña.

 






 

Como en toda la casa, cuadros de santos por todas las habitaciones, protegiendo a las malas auras y a los antiguos dueños.

No sé que os parece esta casa pero a mi me ha dejado con el corazón sobrecogido. 

La historia de los dueños que me imagino es fascinante y repleta de odio - amor. Un cincuenta y cincuenta en el que nadie parece ceder. Ninguno de los dos.

Os deseo un Feliz San Valentín a quien tengáis con quien disfrutarlo y un Feliz San Solterín a quienes deben tener un gran amor propio.

 

Nos vemos en el próximo y decrépito post. 🎠🎶

 


 

 

 

 

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