EL GARAJE DEL OLVIDO

 

Con este nombre, describíamos un lugar que no simbolizaba lo que había en el, si no lo que podías sentir en su interior, recorriendo cada pequeño rincón. 

Llegamos con poca luz al lugar, después de horas conduciendo por carreteras llenas de caos y de sonrisas. 

Dimos vueltas para aparcar hasta encontrar una pista de fútbol vacía en el medio de la nada donde decidimos poner fin a nuestro trayecto y tomamos rumbo a las instalaciones. 

Encontramos un hueco por el muro sin saber que íbamos a encontrarnos en el interior. Nuestro sueño podía convertirse en una película de terror.

Una vez dentro, el sigilo se volvió nuestro mejor compañero. Había casas por los alrededores y debíamos revisar que éramos los únicos presentes. Una vez nos aseguramos de que no existían alarmas, ni miradas indiscretas comenzamos a movernos como sombras curiosas por todo el perímetro.



Virtudes encontró la primera entrada, un hueco en el primer almacén que conducía a una colección de coches antiguos perfectamente ordenados. Parecía que los habían dejado preparados para una exposición aunque llenos de polvo y decadencia, justo nuestra fragancia preferida. 















Lo más fascinante fue encontrar una cabeza de búfalo que colgaba en la oficina principal junto a una curiosa fecha que lejos de coincidir con la de abandono, nos acercaba a los años que llevaba en pie el garaje. También un deportivo MG nos dejaba con la boca abierta mientras la poca luz que quedaba del día, iluminaba aquella belleza.








El segundo pabellón fue una aventura. Conseguimos hacernos hueco entre unas chapas metálicas encontrándonos con una selva de motores sorprendente. Los coches permanecían amontonados, unos sobre otros y caminar entre ellos era como atravesar un puente colgante al que le faltaban tablas de madera. Podías caer por un agujero sin fondo si no cuidabas tus pasos pero la emoción era más fuerte que el miedo. 

 















Virtudes contempló maravillado los coches fúnebres antiguos. Destacaban por ser solemnes, largos y con los cristales empañados por el tiempo. La marca que reinaba era Dodge con modelos de la década de los 50 y 60. Era casi imposible poder acceder al interior de los fúnebres pero como siempre, Virtudes encontró el modo logrando unas buenas instantáneas. Aquellos coches estaban llenos de historias, duelos, aventuras y ahora; estaban bajo el polvo, oxidados y condenados a un triste final.

 

 

Salimos de allí con una sonrisa de oreja a oreja, como quien acaba de comerse la manzana prohibida. Teníamos tantas ganas de conocer el lugar que parecía un sueño y lo más importante, fue poder compartirlo.








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